La Separadora es una buena historia para recordar cómo las oportunidades de desarrollo se pueden ir por el sumidero a poco que uno de entretenga o se pierda

Estos días se viene cumpliendo un nuevo aniversario de la planta Separadora de Líquidos de Yacuiba bautizada como “Carlos Villegas” tras el fallecimiento del que fuera ministro de Planificación y presidente de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) en la época de mayor esplendor.

Aunque públicamente el ministerio de Hidrocarburos y sus acólitos defienden la inversión en la planta – que pasó de 400 a 600 millones de dólares y luego a casi 800 -, hay cierto consenso de que se trata de un gran elefante blanco porque no cumple su principal fin, que no era otro que el de abastecer de materia prima – etileno, polietileno, polipropileno, etc., – a un complejo petroquímico que nunca se construyó.

Así, la planta preparada para procesar 30 millones de metros cúbicos de gas, que era lo que en algún momento se iba a mandar a la Argentina, nunca ha funcionado a pleno rendimiento, sino apenas a la mitad.

Así, la planta que debía ser el cimiento para una industria nacional del plástico – aunque hubiera que haberle endosado todos los requisitos ecológicos necesarios en esta época – se quedó en la insulsa tarea de producir Gas Licuado de Petróleo (GLP) que ni siquiera resulta rentable para exportar más allá de algunas zonas de Perú y Paraguay y para un mercado interno que ya había sido saciado con la puesta en marcha de Río Grande.

El fiasco tiene que ver con la falta de voluntad política, rematada con un turbio asunto de corrupción que le costó la cabeza al propio sucesor de Carlos Villegas, Guillermo Achá, a quien nombró prácticamente en su lecho de muerte.

Es verdad que el ministro de Hidrocarburos del momento, Luis Alberto Sánchez, decidió intervenir en puertas del bicentenario tarijeño abortando una licitación que olía a podrido: la empresa italiana que había hecho todos los estudios de definición previa, Tecnimont, se estaba adjudicando la planta en alianza con Técnicas Reunidas, implicada en la construcción de la Separadora. Mínimo, tráfico de información privilegiada. Máximo, el riesgo de que la tecnología propuesta no fuera la de mayor interés para el país sino para la adjudicataria, que ya poseía las licencias. Resultado, operación desbaratada, sí, pero que nunca más se volvió a poner en pie.

Este caso ni siquiera pesa sobre el prontuario de Achá, a quien se le apartó por el caso de la compra de las tres perforadoras a otra empresa italiana, sin embargo, el daño para el país es incalculable: la inversión en la petroquímica rondaba los 2.000 millones de dólares y no se hizo en la época de vacas gordas, por lo que difícilmente se hará ahpra, cuando la Separadora ya ha cumplido casi la mitad de su vida útil, las reservas de gas escasean y los recursos, más.

La Separadora es una buena historia para recordar cómo las oportunidades de desarrollo se pueden ir por el sumidero a poco que uno de entretenga o se pierda. Es la historia de lo que pudo ser y no fue y tal vez sería bueno identificar a los responsables de tal fiasco, sobre todo, para que no vuelva a suceder.

DESTACADO.- El fiasco tiene que ver con la falta de voluntad política, rematada con un turbio asunto de corrupción que le costó la cabeza a Guillermo Achá

EDITORIAL EL PAÍS

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